Fundada en 1908 en Irán como Anglo-Persian Oil Company, BP posee un valor de cien mil millones de dólares (“mdd”), empleando a 85 mil personas, y con una facturación de 220 mil mdd anuales. El Gigante ha buscado durante más de cincuenta años establecerse en México, penetrando más allá del mero expendio de lubricantes y petroquímicos. Ya se ve: los gigantes conocen el olvidado arte de la paciencia.
¿Regreso o reaparición?
Aunque en realidad BP nunca se ha ido. Ha estado en México desde la década de los 60. En ese entonces la petrolera empezaba, tímidamente, con la comercialización y distribución de lubricantes Castrol. Aún soplaban tufillos expropiatorios. Por eso en ese entonces ya era un gigante; un gigante en discreto disfraz.
Ahora, en 2017, bajo el aperturismo de la Reforma Energética, BP participa en nuestros mercados petrolíferos, intentado apropiarse de generosas rebanadas del pastel energético nacional; como corresponde a su gigantismo.
Su “hambre” de mercado incluye el liderato en el segmento de los lubricantes sintéticos, del gas natural, del gas natural licuado y, por supuesto, del petróleo crudo y del expendio de combustibles. Nada mal para un regreso campeante o una reaparición triunfal, en los tres segmentos del sector hidrocarburos.
Reaparición en Grande
Como en los mejores circos del mundo, la petrolera gigante regresa en grande, en las tres “pistas” del sector— Upstream, Midstream y Downstream.
En términos de Upstream, BP, la quinta empresa petrolera del mundo en ventas —la octava en producción de crudo—, ganó dos bloques en la Cuenca Salina, y se permitió ofrecer más de 600 mdd para la asociación Trión con Pemex, sólo unos cuantos mdd por debajo de la propuesta ganadora, de PHP Billiton.
No obstante su derrota, hizo sentir al sector el poderío del emporio que encarna y sigue participando activamente en la obtención de la capacidad de almacenamiento; la necesaria para importar los ocho billones de litros de gasolina —el tercer o cuarto permiso más generoso que la SENER ha expedido a esos efectos— que su filial o subsidiaria mexicana, BP Estaciones y Servicios Energéticos, S.A. de C.V., se apresta a inyectar en el mercado.
Ello la posicionaría como un importante jugador de midstream y, a no dudar, de downstream.
Siguiendo con Downstream, en este segmento la petrolera ha estado presente desde hace décadas, acaso discreta e indirectamente, con una estación de servicio en el capitalino barrio de Mixcoac. La abismal diferencia estriba en que ahora comercializará el combustible, tendencialmente importado de EE.UU, aprovechando su enorme producción de gasolina. Ésta será aderezada con su tecnología Active —el sazón de la casa, que promete proteger los motores de cualquier impureza— antes de ser despachada, en estaciones franquiciadas bajo su propia marca.
BP llegará, pues, a un mercado de gasolineras cuya venta anual generó entre 2011 y 2015 la nada despreciable cantidad de 20 mil mdd; mismos que se disputará con otros gigantes como OxxoGas, Gulf, Petro Seven, Hidrosina, G500, el propio Pemex; y próximamente con Texaco y Costcom, que acaba de abrir su primera estación de servicio en San Luis Potosí. La apuesta de BP no es de poca monta: instalar para 2022 mil quinientas estaciones de servicio—grosso modo, 10% de las que existen en la actualidad. El panorama en este sentido resulta más que halagüeño para la petrolera si logra replicar, siquiera medianamente, el éxito contundente que ha conocido su estación primicia, sita frente a las emblemáticas torres de Satélite.
A ello abonará la difícil situación del downstream nacional, hasta hace poco territorio exclusivo de Pemex. No obstante ser piedra de toque e indicador de la eficacia de la Reforma Energética —el ámbito donde mejor se perciben sus frutos— el segmento atraviesa un impasse de pronóstico reservado: No ha sido fácil para la Empresa Productiva del Estado Mexicano pasar de autoridad a jugador, sin solución de continuidad y tras siete décadas de status quo, no obstante la ventaja de la Ronda Cero.
De buenas a primeras, resultó corporativamente improductivo —a guisa de una empresa del sector privado— que las refinerías de Pemex estuvieran sujetas a ciclos de mantenimiento ajenos a las curvas de la demanda de los consumidores; que su infraestructura de transporte necesitase más que una manita de gato en términos de mantenimiento y seguridad física; que su flotilla de pipas —de por sí un medio atávico de distribución, con vicisitudes inherentes— escasamente lograra surtir sus once mil estaciones de servicio, esparcidas en dos millones de kilómetros cuadrados de territorio, para la atención de 130 millones de habitantes.
Siguiendo con el símil, no sólo BP es un gigante como Goliat, sino que pareciera que el “David” nacional debe apertrecharse rápidamente con un parque de piedras con qué defender su parcela.
¿Pero de qué son los pies el Gigante?
Pesos más, pesos menos, BP ha puesto sobre la mesa dinero en exceso del billón de USD, friolera repartida en diferentes proyectos. Y como va dicho el “David” nacional no será el enemigo a vencer.
Cifras y perspectivas de ese tamaño sugerirían que la petrolera se encuentra al corriente de sus obligaciones, en control de sus activos. Sin embargo en su prometedor firmamento se sugiere la nubecilla de una contingencia legal, que parece estar consolidándose judicialmente en cortes estatales del país vecino del norte.
Hay que adelantar que BP mantiene el compromiso de trabajar con las comunidades en las que opera para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Lo hace básicamente a través de diversos programas educativos. En esa vena, estableció en 2012 la Cátedra BP-Anáhuac para Estudios Estratégicos con la Universidad Anáhuac de la Ciudad de México, con miras « a la contribución […] a una mayor seguridad en […] la energía », según pregona su página de Internet.
Pero hay que decir también que paradójicamente se atribuye a la compañía cierto paradigma corporativo de reducción de costos —incluyendo los de seguridad de sus trabajadores y los de respeto al medio ambiente— en el ara de las ganancias. Business is business, que dicen.
En ese sentido la prensa reportó que la petrolera pudo haber evitado las once muertes ocasionadas por el hundimiento de la plataforma de perforación Deepwater Horizon, y los miles de damnificados, nacionales y norteamericanos, afectados por el derrame de petróleo de Macondo, que contaminara expansivamente el Golfo de México.
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Nabucodonosor, rey de Babilonia hace algunos ayeres, tuvo a bien soñar en la estatua de un gigante. Tenía la cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de cobre, piernas de hierro y pies de barro. En su sueño —mejor, pesadilla— el monumento se desintegraba por la acción de una piedrecilla que en un descuido se desprendió de lo alto de la montaña y en su camino abajo desató un alud que impactó contra los pies del gigante. Y ya se sabe el trágico desenlace.
Campeones de la Inteligencia de negocios y sabedores de lo que les depara el mercado mexicano —la decimocuarta economía mundial—, el Gigante petrolero atajará la piedrecilla, en un expedito y oportuno control de daños, cual marcarán sus prácticas corporativas.
Y en efecto, seguramente BP aprovechará la coyuntura para desmentir infundios y desafanarse del estigma de dar un trato desigual a los damnificados mexicanos de Macondo, con relación a sus compañeros de desgracia norteamericanos, preservando su reputación ante el mercado nacional; ése que le da —de nuevo— la bienvenida, y que representa una veta casi inagotable de riqueza, en el país de al lado.